viernes, 5 de febrero de 2010

UN RECORRIDO POR LA HISTORIA DE FUSAGASUGA 1592 - 2010


UNA MIRADA A LA HISTORIA DE FUSAGASUGÁ

Por: Alba Ruth Lanza Rodríguez

Había una vez un grupo de indígenas, algo así como una gran familia, que habitaba este bonito valle. La familia de los soagagores o de los Sutagaos como los conocemos hoy, que trajinaban el día sobre el valle hermoso de Fusunga o Fusagasugá; “lugar que nos acoge hoy en día”. Estos indígenas se levantaban con su dios Sol, escuchando el trinar sublime de los pajaritos y se entretenían cazando; recogiendo frutos y miel de abejitas; comerciando sal y oro y otros productos en un trueque continuo, con lo que establecían relaciones con sus vecinos; los buchipas, los tibacuyes, a lo mejor con algún muisca o panche, pues todos eran buenos vecinos para el comercio. Adoraban la luna en sus noches de resplandor y elevaban canticos danzantes al sol, que daba energía y que brillaba como el oro, mientras a lo lejos se escuchaba el croar de las ranas, el aullido de los monos, el serpenteo sobre las hojas de una culebra y el rugido del pequeño felino y todo un concierto de animales les contaba a estos hombres en susurros, lo inmensamente ricos que eran…
Hasta que un día, por la maraña de arbustos y por los senderos indígenas, aparecieron unos hombres blancos que no se parecían a ellos. Estos hombres vestían diferente, no tenían como ellos mantas de algodón sino unos pantalones de fibra desconocida, grandes sacos y camisas y en sus pies llevaban zapatos; en sus cabezas no los adornaba ni el penacho de plumas ni el tocado de oro, si no un sombrero. ¡Que raros se veían estos hombres blancos! más aun si montaban un caballo. Estos hombres hablaban un idioma diferente, pues entre el chibcha de los indígenas y el español de los blancos no existían elementos comunes, para poderse entender hablando.
El poder del blanco español que se sentía superior, hizo que el indígena fuera desapareciendo, algunos trabajaron para los encomenderos, y otros fueron llevados a resguardos, hasta que de este pueblo de indígenas ubicado donde hoy se encuentra el centro de nuestra ciudad, salieron sin rumbo conocido.
El sonar de las campanas de la iglesia, llamando a misa, fue reemplazando los sonidos de la naturaleza, mientras nuestros ancestros construían una raza mestiza, que durante la colonia intercambiaron colores, olores y costumbres para dar origen a los pobladores de este lugar. Gentes sencillas y buenas fueron aumentando sus viviendas, ubicando sus negocios y transitando sus calles.
Trabajadores campesinos, circundaron el pequeño poblado, que con la llegada de cultivos como el café por allá en el siglo XIX y XX, hicieron que Fusagasugá desarrollara una economía de grandes haciendas, de familias prestigiosas que se conocen hoy, como huellas tangibles del pasado rico y prospero de este lugar, es así como tenemos las casonas Coburgo, la Palma, Balmoral, Novillero, la Puerta, Tierra grata, el Chocho, entre otras.
Dinámica y rica, con uno de los mejores climas del mundo que la hacen abundante en flores y follajes, esta ciudad que hoy crece, ha tenido la fortuna de contar con seres humanos tan valiosos como tú, para que la hagan cada vez más hermosa, porque cuando los niños juegan en sus parques, se reúnen en sus calles, la cuidan, la miman como el mas querido de sus juguetes, esta ciudad sonríe y se ve cada vez mas bonita. Porque cuando ha esta ciudad los grandes y los pequeños la sueñan, ella siente que la aman y entonces, toda su historia se recoge en un hermoso atardecer del Quininí.


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